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miércoles, 21 de octubre de 2015

La casa de la colina

La penumbra abarca todo mi campo de visión y justo cuando un terrorífico grito ocupa el silencio, algo roza mi mano derecha. Doy un respingo al sentirlo, pero el miedo escapa rápidamente de mi cabeza al recordar que es mi hermana, quien vino conmigo a este siniestro lugar. Aunque no me arrepiento de la decisión, temo por nuestras vidas, por primera vez en toda mi carrera, más por la de mi hermana que por la mía, a quien debo dejar de permitir que me acompañe en estos trabajos tan peligrosos. En apariencia era algo fácil y simple, el conseguir alguna prueba de que en la casa de la colina ocurrían cosas extrañas... ¡Y vaya si la he conseguido! No sólo un pequeño vídeo de unos veinte segundos, sino también algunas grabaciones de sonido de alaridos monstruosos, pasos en habitaciones desiertas, chirridos de bisagras de puertas que ni se movían... Los problemas vinieron cuando subimos al ático. Una especie de garra apareció de la nada tras la pared de madera, rompiendo varias tablas cuyos pedazos quedaron esparcidos por el suelo, y rozando levemente mi antebrazo, produciéndome un par de cortes de fea apariencia y un dolor y frío casi insoportables. 

Desde ese momento fue que nos apartamos hacia el otro extremo de la habitación, lejos del agujero y, por ende, de la puerta, y unos extraños ojos verdosos nos miran fijamente, sin pestañear. La noche se va acercando, y mi intuición me dice que nuestro fin llega de su mano. Asomándome a una pequeña ventana redonda y calibrando nuestras opciones, puedo deducir que no pinta nada bien la cosa: despeñarnos desde una caída de unos quince metros o dejar que ese ser venga a por nosotros. Miro a mi pequeña hermana a los ojos en la cada vez menor luz y la paz y tranquilidad que me devuelve su mirada me contagia dichos sentimientos, consiguiendo que pueda pensar con claridad. Enciendo un cigarrillo y los ojos parpadean, haciendo que una pequeña chispa salte en mi cerebro a la par que del mechero. Sonriendo, le digo a mi hermana que se prepare para correr como nunca antes había corrido y aplico el mechero a una pila de trapos viejos y añejos. 

Cuando las llamas calientan y lamen con su tintineo un poco la madera podrida de la pared y del suelo, un terrible gemido desgarra nuestros oídos. Las tablas alrededor de donde estaban los ojos cruje y asoma de nuevo la garra que me lastimó el brazo, de color azul pálido fantasmagórico por lo que puedo ver.  Con un grito aviso a mi hermana para darle la señal y comienzo a correr tras ella, pasando tan cerca de la garra que creí que nos alcanzaría y saltando los escalones de tres en tres mientras la luz creciente del fuego ilumina nuestros pasos.

Los crujidos y alaridos se multiplican y algunas maderas podridas se resquebrajan para desprenderse de la abandonada y débil estructura. Hemos bajado dos pisos y estamos a un último tramo de escaleras y un corto pasillo para poder abandonar este maldito lugar, cuando giro la cabeza para horrorizarme viendo una gigantesca figura que ocupa el alto y ancho del rellano de las escaleras, avanzando rápidamente y agachada hacia nosotros. Me sorprende la rapidez con la que el fuego se alimenta y crece e intento meter más prisa a mi hermana, a la que oigo respirar fuertemente buscando aire entre el aire mezclado con el grisáceo humo. Una vez abajo, la puerta que da a la calle comienza a cerrarse sola y apenas logramos salir de allí entre la humareda que se desprende de la madera de paredes, suelo y techo. 

Seguimos corriendo un poco más, hasta el caminito que llega a la puerta de la casa se une a la acera de la carretera, y paramos para recuperar un poco el aliento, atento a la casa por si la figura continúa la persecución. El tejado de la casa se hunde, acompañado de una carcajada que eriza todos el vello de mi piel. 

En casa, unas pocas horas más tarde, reviso con calma todas las pruebas recogidas, a las que decido añadir varias imágenes extras grabadas en el ático y durante nuestra huida. He intentado desinfectar las heridas de mi brazo y ahora apenas siento un pequeño latir en ellas. A medianoche me levanto para ir al baño y me refresco el rostro, donde unos ojos verdes de intensa mirada me observan desde mi reflejo en el espejo. Quedo paralizado y un grito de puro terror escapa de mis pulmones, que cambia hasta tal punto que llega a sonar como la continuación a la última carcajada de la ahora casa en cenizas de la cima de la colina...

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