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martes, 10 de enero de 2012

No tengas miedo, el verde es el color de la paz

Ocurrió tan rápido que nadie se lo esperaba. A tan solo tres días para finalizar el año, con todo el mundo alegre por las fiestas y los pocos días de descanso de los agotadores trabajos. En aquel entonces todo estaba bien, todo era diferente.

Marc paseaba tranquilamente, como cada mañana, por la avenida principal, contemplando el apacible despertar de la ciudad. Escuchando You are not alone de Rin Stebens, un nuevo cantautor australiano que encabezaba todas las listas de éxitos del momento, y con la tranquilidad de sentirse sin ganas de cambiar su vida fue la primera persona que apreció las diferencias. Pequeños detalles que por separado no eran nada pero que en conjunto podían ser muy preocupantes. Lástima que la confianza de creernos los seres supremos del universo nos cegase y no lográsemos apreciarlas a tiempo. Ahora poco importa lamentarnos.
Ese día Sophia se encontraba recostada viendo como la luz del sol se iba filtrando por la ventana e iluminaba lentamente su habitación. En su duermevela pudo ver las primeras sombras pero las achacó a su somnolencia.  Manchas oscuras que parecía absorber la luminosidad, apenas unos minúsculos puntos que desaparecían si fijabas la vista en ellos.
Como tantos otros, Richard, desde la cocina de su apartamento de mala muerte, el cual discutía más que comentaba con su mujer que era temporal, planeaba cómo pasar otro aburrido día de descanso que no servía más que para aguantar las quejas de su pareja y no le permitía trabajar para ganar unos cuantos dólares extras para cervezas. La sorpresa fue tan grande que no dejó ni unos segundos para intentar asimilar lo ocurrido. Solamente los ágiles, rápidos en reflejos, se salvaron. Aunque cada hora que transcurre se preguntan si realmente fue una salvación o una prolongación de su tortura.

Las extrañas coincidencias se fueron hilando como las piezas de un gigantesco rompecabezas, imposibles de encajar si no es por casualidad. Los altos mandos fueron los primeros en enterarse pero sus preocupaciones más mundanas (las guerras, la política interior, la economía mundial...) llenaban su tiempo. Tampoco habrían podido hacer mucho de haberle tomado más importancia. No existía solución, ni la existe. Solo nos alimentamos de esperanza, tan vacía que solo lleva el nombre, pero esperanza al fin y al cabo.
El primer estallido sacudió los cimientos del planeta, borrando completamente en unos segundos el sur de América. Medio continente desaparecido en un abrir y cerrar de ojos. La noticia se extendió como pólvora, los rumores se expandieron como sangre, el caos por llegar no había hecho más que comenzar.

A Richard se le cayó el cigarrillo a medias sobre el bacon que freía mientras miraba embobado el televisor. Su mujer, oliendo un poco a quemado se acercó para comprobar que también la sorpresa la dejó paralizada. Sophia sintió el temblor y en segundos su cuerpo se tensó, como preparándose para algo , como reaccionando a algún peligro. Marc comenzó a escuchar interferencias en su MP4 y, extrañado y sin motivo aparente, comenzó a fijarse en el suelo donde pisaba.
En un par de horas se inició la guerrilla-masacre. Un tenue temblor permanente comenzó a sacudir el suelo y de repente se escuchaban gritos ahogados por toda la ciudad. La casualidad quiso que Marc estuviese mirando a sus pies para ver agrietarse el suelo y saltar a un lado justo cuando una zarpa verde asomó justo donde se encontraba. Escuchó un sofocado grito de frustración, pero su cuerpo ya estaba en pie y corriendo antes siquiera de pensar en lo que vio.
Sophia se levantó y se acercó a la ventana para admirar el derrumbe del edificio de enfrente, como si fuese de papel. Rápidamente se calzó unas zapatillas de deporte y salió disparada por las escaleras, sin pensar en coger nada más, otra casualidad que la ayudó a permanecer entre nosotros. Cuando abandonó su edificio se atrevió a girar la cabeza para ver gigantescas grietas apareciendo en un lateral. Volviendo la mirada al frente dejó el sonido del derrumbe a sus espaldas.

La mujer de Richard gritó y éste se iba a volver para abofetearla cuando vio todo rojo. Los pedazos de lo que había sido su mujer yacían desparramados alrededor de un agujero en el suelo. Las noticias comenzaron a parlotear sobre otra explosión que hizo desaparecer Japón y gran parte de China. Él solamente agarró el cuchillo más grande de la cocina y tensó su escuálido cuerpo. Cuando la vibración del suelo agitó su instinto saltó mientras lanzaba una estocada hacia atrás. Al caer al suelo no sabía si empaquetar la garra cercenada o correr como si en ello le fuese la vida, porque realmente la vida le iba en ello.
Marc corría sin parar, sin saber a dónde ir. A su izquierda vio derrumbarse varios edificios y un olor tangible a sangre impregnaba el aire. No captó los pedazos de cuerpos tirados por las calles hasta pasado un rato, pero el terror inundaba cada célula de su cuerpo y no prestó demasiada atención. Su meta era salir como sea y cuanto antes de la ciudad. Pudo ver un grupo de gente corriendo al otro lado de la acera y a una de esas personas parar para girarse y perseguirlo.
Sophia corría sin pensar. En pocos minutos se vio rodeada de unas cuantas personas más, aterrorizadas, que seguían por instinto el camino recto. Le llamó la atención un hombre que corria por la otra acera y justo en la dirección contraria y se giró para acompañarlo. Algo le decía que debía hacerlo y no se lo planteó, solamente giró. Cuando cruzó la calle una serie de alaridos le hizo girar la cabeza para contemplar una masa deforme de color verde surgir enfrente del grupo en el que iba. Con un rugido que la hizo estremecerse surgieron dos garras de uñas afiladas que empalaron a cinco personas. Los cuatro supervivientes se desperdigaron para ser rociados con la sangre de los desgraciados que cayeron cuando ese ser abrió las zarpas y los despedazó.
Richard se metió en su ranchera y la arrancó a la primera. Con un acelerón rompió la cerca del aparcamiento y se lanzó a una desesperada carrera por salir de ahí. Pensó en la autopista principal pero optó por un camino de tierra situado junto a la vía del tren, pensando que habría menos gente. Mientras conducía pudo ver la carnicería en las calles, justo como quedó su mujer. Aun se escuchaban algunos solitarios gritos mientras graba apenas sin frenar en cada esquina. Cuando apreció las vías del tren a su derecha pudo ver a la vez una masa verde surgir del suelo a unos cien metros delante de él. Sin dudarlo aceleró más y se lanzó directo contra esa cosa.

Sophia y Marc no se pararon a ayudar a los atrasados. Continuaron hasta el final de la calle para ver cruzarse a una ranchera a toda velocidad. Con apenas una mirada de un segundo giraron tras ella. Vieron y escucharon acelerar el vehículo cuando un ser monstruosos surgió delante  y sin fuerzas para cambiar de rumbo continuaron adelante. El sonido fue realmente chocante. Oyeron como una succión y luego un zumbido justo antes de ver reventar el obstáculo verde y rociar de mucosidad unos diez metros alrededor. La ranchera derrapó y chocó de lado contra una farola y ello se acercaron a ver al conductor.
Cuando Richard abrió los ojos no pudo más que ver a dos extraños en frente de él y preguntarle si ese jodido bicho era ahora una mancha en la carretera. Los tres rieron, más por desesperación que por otra cosa y Richard los invitó a subir. En un par de maniobras ya se encontraban encaminados hacia las afueras de la ciudad y en pocos minutos enfilaban el camino de arena junto a las vías del tren.

Pensando que había sido un mal sueño, mientras recuperaban el aliento en el coche de Richard, Marc y Sophia prefirieron no hablar. Dejaron correr el paisaje mientras cada uno meditaba sobre su futuro. Pensaron en si habría más gente como ellos que hubiese escapado del desastre, si duraría mucho tiempo y si serían capaces de aguantar. Cuando intercambiaron sus opiniones se preguntaron qué había sido de los lugares desaparecidos en esas extrañas explosiones, si era una invasión de algún tipo de extraterrestres o simplemente una catástrofe natural.

Ese día la población del planeta se redujo de varios miles de millones a apenas unos miles. En una semana esos miles se redujeron a casi un millar. Y desde entonces, aferrándose a la vida desesperadamente, esperando el momento de regresar a una normalidad donde no sean presas acechadas sin descanso, son puntos de luz en un mundo agostado y oscuro. Se produce algún fugaz encuentro que alimenta con su unión una llama común al igual que otras se van apagando.

Al menos sabemos que pueden morir, aunque no sepamos cuántos son ni lo que son. No nos importa de donde vinieron, tan solo que llegaron y todo cambió. No tenemos más remedio que sobrevivir a cualquier precio y al caer llevarnos a cuantos podamos con nosotros. Antes había que vivir para luchar, ahora simplemente es diferente. Ahora hay que luchar para vivir.

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