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lunes, 10 de noviembre de 2014

Capítulo 3: Primera inspección

A un par de horas de caer la noche me preparé para realizar la primera salida. Me puse los guantes y me ajusté un par de estacas al cinturón. Agarré firmemente la barra de hierro y me situé tras la puerta mientras Mara observaba por la mirilla. Al no ver ningún movimiento nos quedamos en silencio, sin apreciar tampoco ningún tipo de ruido. Asentí con la cabeza cuando ella me miró y abrió la puerta lentamente. Alcé la barra preparado para descargar un golpe y di el primer paso, traspasando el umbral. Con la puerta abierta vimos el rellano vacío. Salí despacio y miré hacia las escaleras que descendían por la izquierda. Me acerqué al interruptor de la luz y lo pulsé para iluminar los rincones oscuros donde no llegaba la luz de las ventanas.

Vimos manchas de sangre seca por el suelo, con algunas gotas salpicando la pared. Esto nos hizo ver que algunos de estos seres estaban dentro del edificio, por lo que me puse más alerta aun a lo que pudiese encontrarme. Dije a Mara que cerrase la puerta y me esperase justo detrás, sin alejarse por si necesitaba que me abriese rápido. Lo primero que hice fue ir hacia abajo, en dirección a la puerta de entrada del edificio, que era lo más peligroso pero también lo más urgente: necesitaba comprobar que la puerta a la calle se encontrase cerrada antes de poder comenzar a asegurar el edificio. Bajé con cuidado de no hacer ningún ruido, peldaño a peldaño. En el siguiente rellano vi una mano cercenada, con un trozo de hueso sobresaliendo por la muñeca, pero aparté la vista rápidamente para no descuidarme sobre lo que hubiese a mi alrededor.

Me asomé cauteloso a la planta baja y se confirmaron mis temores. El portal no solo no estaba cerrado, sino que una pequeña se mantenía abierto de par en par. Había grandes manchas de sangre por el suelo y sobre los cristales de la puerta, que me impedían ver bien la calle más allá de la hoja abierta. Sentí dolor en las manos y aflojé un poco la presión en el único arma que teníamos, ya que el nerviosismo me hizo apretar demasiado los dedos sobre la barra de hierro. Tomé aire y me lancé a la carrera contra la puerta, pretendiendo cerrarla de un empujón antes de que alguna criatura me viese desde fuera. El golpe al cerrarse sonó más fuerte de lo que había imaginado y quedé completamente paralizado, escuchando. A lo lejos, pero dentro del edificio, se escuchó el eco de unos pies arrastrados, por lo que me dirigí hacia las escaleras a toda prisa, con el corazón latiendo a toda prisa por el miedo.

Subí los escalones saltándolos de dos en dos y gritando a Mara que me abriese. Se escuchó algo rodar por las escaleras unos pisos más arriba y varios pasos arrastrados más. Cuando llegué al rellano ella me abrió la puerta pero no era la única puerta abierta. La vecina de enfrente también había abierto su puerta en respuesta a mis gritos justo cuando dos de estas criaturas saltaban desde los últimos escalones que llevaban al rellano. Una chocó contra la pared de enfrente, con un seco crujido al quedar sus brazos extendidos extendidos entre la pared y su cuerpo, y la otra logró sujetar al caer el pelo de la aterrorizada mujer, que tuvo que ceder e inclinarse un poco ante el peso que tiraba de ella hacia el suelo. Mara y yo nos miramos a los ojos y me decidí a actuar. Giré sobre mis talones y de un fuerte golpe que dejó doblada la barra de hierro hice crujir la cabeza del ser que había pegado contra la pared. Comenzó a deslizarse hacia el suelo dejando un reguero de sesos y sangre en la pintura, inerte y con un ojo colgando hacia fuera por el nervio. Agarré una de las estacas y, con un poco de impulso, la hundí en la nuca del otro ser. Pero era demasiado tarde, ya que éste estaba dando un fuerte mordisco en el pecho de la mujer en camisón. La estaca salió por la parte superior de su cabeza y varias trozos sanguilonentos salpicaron la cara de dolor de la mujer. Al volver a caer, desgarró la tela y escuchamos la piel desgarrarse, pudiendo ver cómo un trozo de carne de la mujer se desprendía, arrastrado por la criatura conforme caía al suelo. 

Solté la estaca, de cuya astillada punta goteaban restos de cráneo, sangre y cerebro, ya que se encontraba atorada. La mujer gritó aterrorizada, entrando en su piso y dejando la puerta abierta. Sin pensarlo, cogí las llaves que colgaban de la parte interior la puerta y me di media vuelta, entrando en la relativa seguridad de la casa de Mara y cerrando tras nosotros. Los guantes se encontraban manchados y me los quité para arrojarlos al suelo. Dejé caer la barra de hierro, que rebotó estrepitosamente en el suelo, y las lágrimas asomaron a mis ojos. Apoyé la espalda contra la puerta y poco a poco caí sentado, mientras nos llegaban los gritos de la mujer a través de las puertas cerradas. Mara me miró sobrecogida, y cuando se oyeron más pies arrastrándose se asomó por encima de mí por la mirilla. Me comentó que había tres más, todos agachados mordiendo y devorando los cuerpos caídos. 

Mara se despegó de la mirilla y comenzó a convencerme de que era el mejor momento para salir y acabar con ellos. La miré sin ver, con la mirada perdida, hasta que poco a poco el extraño brillo del entendimiento apareció en mis ojos y me hizo comprender y reaccionar. Me levanté despacio, agarrando los guantes y la barra de hierro que arrojé antes al suelo. Me giré y di unos pasos hacia atrás, alejándome de la puerta y asientiendo con la cabeza mientras me ajustaba los guantes de nuevo. Mi corazón latía asustado por lo que podía ocurrir. Respiré profundamente y me preparé para salir otra vez, esta vez lanzado en cuanto la puerta estuviese abierta para aprovechar cada segundo.

Mara abrió la puerta y se quedó pegada a la pared para dejarme espacio. Me abalancé a la carrera gritando para acallar mis temores y alcancé cierta velocidad para el pequeño tramo que recorrí. El ser que había más cerca, en mitad del rellano, alzó la cabeza al escucharme y mientras se giraba recibió la punta de mi zapato en la sien, realizada al dar en salto y un fuerte puntapié en el aire. Se oyó un fuerte crujido y un sonido como de piel desgarrada. Al instante, sus sesos salpicaron desde el centro de su cabeza, por una grieta que se había formado atravesando su cuero cabelludo desde la frente hasta la coronilla. Su cabeza se alzó un poco del cuerpo, saltando un pequeño chorro de sangre hacia arriba por el desgarrón de su cuello. Luego, se derrumbó como si fuese de plomo y caí de pie, recuperando el equilibrio frente a los otros dos. Ambos se encontraban agachados, uno desgarrando la carne del brazo del zombi que tenía la estaca sobresaliendo de su cráneo y otro tirando de los intestinos del que había caído hacia atrás tras deslizarse por la pared. 

Agarré una estaca y, apretando los dientes, la introduje por el ojo derecho del que tenía más cerca, que justo estaba llevándose los intestinos goteantes a la boca. Se pudo oír un asqueroso ruido como de succión y la estaca se atoró cuando llegó al fondo de la cabeza. La criatura continuaba masticando por inercia conforme se derrumbaba hacia delante, quedando su cabeza en el aire y haciendo la parte de la estaca que sobresalía de su ojo como apoyo. El tercero, que ahora que lo miraba bien me resultaba familiar, levantó la cabeza y me miró. Sus ojos miraban ausentes y gruñó desafiante al aire. Su expresión era algo parecido al dolor y al sufrimiento, pero ahora soy capaz de decir que fue más mi imaginación la que pensó eso. Le faltaba un trozo de mejilla y estaba empapado de sangre, por lo que me vino de golpe a la memoria de qué me sonaba: era el niño al que mordió la mujer atropellada en la calle.

Me invadió la indecisión. Hacía apenas una hora era un niño gritando porque lo habían agredido y ahora era un ser sin razón que atacaba a otras personas y devoraba carne humana, ya fuese viva o reanimada. Su piel tenía un tono blanquecino por haberse desangrado tras el mordisco y sus uñas se mostraban rotas y manchadas de sangre, pero no sabría decir si propia o ajena. Se veían algunos cortes en sus brazos, que parecían provocados por alguien al intentar defenderse de él y apartarlo. Agarré firmemente la última estaca que me quedaba mientras se volvía a inclinar para dar otro bocado al brazo medio devorado y alzándola la dejé caer sobre su nuca. Un leve chasquido acabó con él, dejándolo clavado al cuerpo tirado en el suelo para no tener que volver a ver su cara de nuevo. 

La sorpresa me dejó paralizado por lo que acababa de apreciar, ya que creía que su cuerpo estaba completamente desangrado, pero un charco que ya se estaba formando en el suelo estaba creciendo al comenzar a alimentarse de los fluidos que salían bajo la cara del chico. Un líquido verde tan oscuro que parecía negro, manaba por todas las heridas provocadas a estos seres. Se formó en pequeño reguero que caía por el hueco las escaleras, formando un tenebroso río y horrorosa y repelente cascada de espesa "sangre". Los gritos dentro de la casa de enfrente se habían acallado y cuando ya me giraba para regresar Mara me dijo de recuperar las estacas, ya que eran nuestras únicas armas. De un fuerte tirón logré sacar la de la nuca del niño, que goteaba sesos y sangre oscura y girando el cuerpo del otro y apoyando la planta del pie en su frente conseguí recuperar la segunda al salir del hueco de su ojo. La tercera se me hizo imposible por encontrarse atascada al haber atravesado el cráneo. Un grito sobrenatural nos llegó desde el interior del piso de enfrente y se me heló la sangre. Volví a mirar a Mara y la vi palidecer. Sin pensarlo, agarré el pomo y tiré de la puerta para cerrarla, justo cuando una rápida sombra pasó por detrás, permitiéndonos verla fugazmente antes de que la puerta cerrase y sonando fuertemente al golpearse contra algo. 

Me retiré a la casa junto a Mara y cerramos la puerta. Nos quedamos a la espera de algún otro sonido pero el silencio se adueñó del interior del edificio. Dejé caer las estacas, la barra de hierro y los guantes a un lado y fuimos al comedor. Ella encendió la luz, ya que la noche estaba cayendo sobre la ciudad. Sentía mis músculos doloridos y mi corazón se calmaba lentamente. Debía acostumbrarme, ya que algo en mi interior me gritaba que no ese no sería el último enfrentamiento con estos seres que habíamos comenzado a nombrar como zombis.


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