Caemos agotados contra la pared. Me aseguro que la puerta está bien cerrada y bloqueada mientras Mara recupera el aliento y se sienta en una vieja silla que hay en el cuarto. Llevamos horas huyendo, esquivando a esos seres y evitando los enfrentamientos directos. Y aunque nos hemos hecho con unas pocas armas desde que todo comenzó, la experiencia nos ha hecho llegar a la conclusión de que debemos usarlas lo mínimo. Nos mantenemos en silencio mientras escuchamos unos ligeros arañazos al otro lado de la puerta, esperando a que se alejen, que nos permitan descansar un rato antes de volver a ponernos en marcha.
Fue todo tan caótico cuando dio comienzo que por poco no lo contamos. Las manchas de sangre secándose en nuestras ropas son un recuerdo de la tragedia. Miro el delgado rostro de Mara, su otrora pelo largo que ahora yace trasquilonado y su esbelta figura y veo cómo esconde la cara entre las manos, intentando recuperar la calma y aceptar lo ocurrido. Por mi parte, una solitaria lágrima se escapa y deja una limpia línea en mi mejilla manchada de suciedad y restos humanos. Me obligo a moverme y rebusco en las cajas que hay al fondo del trastero, intentando dar con algo de ropa para que se cambie.
La luz parpadea y me hace pensar en cuánto tiempo más tendremos de electricidad antes de perderla, por lo que me doy más prisa en mi búsqueda, aunque no ha habido problemas con eso aun. Paro un momento para sacar de la mochila algunas prendas de ropa: unos vaqueros, un par de camisas y una sudadera. Se las paso pero prefiere ignorarme, mostrando su indiferencia. Le insisto para que se cambie, que dejes atrás su manchada y pesada ropa incrustada en sangre y finalmente cede. Mientras se cambia sigo buscando entre las cajas, sin esperanzas de encontrar algo que pueda servirnos.
Cuando me giro, con la luz de la linterna admiro su belleza salvaje. Los vaqueros le quedan a la perfección, ajustados, y la camisa le va un poco ancha. Se la sujeta por la cintura y le dobla las mangas hasta la altura del codo, evitando dejar nada de tela al aire por si acaso. Los sonidos tras la puerta han desaparecido y hemos recuperado el aliento. Se va acercando el momento de salir y buscar otro lugar, de seguir armándonos y de buscar alimento. La noche se acerca y necesitaremos un buen lugar donde pasarla, bien protegidos de estos hambrientos e insaciables seres, sabiendo que si acaba el día y estamos en la calle bien puede ser nuestro fin.
Me pongo la otra camisa y guardo la sudadera y la linterna en la mochila. Nos acercamos a la puerta y nos ponemos uno a cada lado. Miro directamente a los castaños ojos de Mara y veo valentía y prudencia, lo que ha hecho que lleguemos sanos y salvos hasta aquí. Ocurrió todo tan rápido e inesperadamente que no acabamos de creerlo al principio. Ha pasado ya un mes desde aquel fatídico día, pero aun recuerdo todo como si acabase de ocurrir...
Era una apacible tarde de otoño. El Sol ocupaba el cielo y apenas se veían nubes. Yo me dirigía hacia la casa de Mara pero iba demasiado temprano para la hora en la que habíamos quedado. Para hacer algo de tiempo me estaba entreteniendo mirando algunos escaparates en el camino, como el de una pastelería, repleta de todo tipo de bollería, el de una platería con colgantes y pendientes adornados con algunos brillantes, o el de una bisutería, con todo tipo de complementos y adornos. En la ciudad se respiraba una tranquilidad increíble... Quién nos iba a decir que en menos de una hora todo eso cambiaría.
Al llegar a su casa y me hizo subir y esperar en el salón, como siempre. Su madre y su hermana habían salido a mediodía y Mara no tenía ni idea de hacia dónde fueron ni cuánto tardarían en volver, pero nuestros planes eran salir a dar una vuelta, tomarnos un helado por ahí y luego simplemente pasear. Cuando Mara salió de su habitación, ya arreglada y lista para irnos, escuchamos un grito procedente de la calle. Nos asomamos y vimos que un coche había atropellado a una mujer. Un enorme charco de sangre se comenzó a extender desde su cabeza, situada en una posición extraña, y alrededor de su cuerpo inerte tirado en mitad de la calle. Se acercroan varios curiosos, como suele ocurrir en estos casos, entre ellos un par de niños que miraban asombrados y el dueño de una pequeña tienda que pudo contemplar el accidente.
En apenas unos segundos, antes de que nadie pudiera siquiera asimilar que lo que estaba pasando era real, la cabeza de la mujer se giró y abrió los ojos. Se levantó con una rapidez pasmosa, con un reguero de sangre brotando de un grotesco corte en el cuello. Un gruñido sobrenatural llenó el aire justo cuando se abalanzó sobre uno de los niños que la estaban mirando. Lo levantó del suelo con una fuerza asombrosa y le dio un fuerte mordisco en la mejilla, haciendo que su sangre salpicase sobre la cara de la mujer. El niño gritó horrorizado y los demás curiosos se pusieron en movimiento como activados por un resorte. El dueño de la tienda, con su enorme barriga, la sujetó desde atrás y por los hombros, intentando inmovilizarla para que soltase al niño. La sangre de la mujer cae en su pecho, empapando sus ropas.
Un par de hombres, uno de constitución medio fuerte y otro con gafas y de alrededor de los cincuenta años, agarraron los brazos de la mujer, obligándola a soltar al niño, que cayó al suelo encogido de dolor y sollozante. Una mujer se acercó al niño con un pañuelo de tela y lo apretó contra la herida de su mejilla para intentar contener la hemorragia y el otro niño, que parece ser su amigo, se acercó a él gritando algo, con una expresión de auténtico terror en los ojos. Una mujer mayor comenzó a temblar tan ostentosamente que incluso nosotros la vimos al señalar a la mujer con la herida en el cuello, haciendo que todos se olvidasen por un momento de todo y mirasen hacia donde señalaba. Nosotros estábamos estupefactos mirando, incapaces de hablar ni de hacer nada, tan solo mirar, e intentamos fijarnos en lo que la mujer quería hacer notar.
El vestido de flores de la atropellada estaba teñido al completo de rojo y su herida ya apenas sangraba. La palidez de su piel comenzó a hacerse muy notable, pero estaba completamente inmóvil. Todos la estaban mirando, incluso nosotros, pero ella los ignoraba. Su mandíbula se movía ociosa, masticando con satisfacción el trozo de pómulo que había arrancado al niño de un solo bocado. Tenía la mirada perdida y no ofrecía resistencia, como si aceptase su culpa o simplemente se creyese sola en el lugar, pero una especie de inquietud empezó a invadirme. Grité con fuerza que la golpeasen, que aplastasen su cabeza, o que corriesen como nunca, pero parece que nadie me oyó a parte de Mara, que dio un pequeño sobresalto. Cuando la mujer se tragó la carne masticada giró la cabeza a un lado, pareciendo mirar directamente al hombre corpulento, pero lo que hizo volvió a impactar en todos. Inclinando la cabeza se cebó con el brazo derecho del tendero, clavando los dientes con fuerza en su antebrazo y haciendo que la sangre vuelva a salpicar sobre su cara.
De pura rabia, el hombre la arrojó de un empujón contra el suelo y comenzó a darle patadas en la cabeza, con el brazo empapado en sangre y una expresión de terrible dolor en sus facciones. El sonido de un fuerte crujido llena el aire y casi todos se quedas en silencio, a excepción de los llantos del niño herido. El conductor del coche se bajó aturdido y el hombre corpulento se quitó el cinturón para hacer un torniquete en el brazo del tendero. La mujer que está con el niño dijo con voz inquieta que no lograba que la herida del niño dejase de sangrar y varios curiosos más se fueron acercando a la escena. Para sorpresa de todos, la mujer tirada en el suelo y con el cráneo roto, con algunos restos de sesos asomando en la grieta del lateral de su cabeza, continuaba masticando el trozo de músculo que había arrancado en su segundo mordisco.
No hay comentarios:
Publicar un comentario