Un gigantesco océano alcanza el infinito. Mire a donde mire solamente veo agua, una gran cantidad de agua. Sopeso mis posibilidades, que no son muchas, y veo que solamente puedo o saltar y nadar o quedarme en los restos de la habitación de piedra. Encogiendo los hombros me alejo del precipicio y me giro para quedar frente a la abertura, suspirando porque no tenga que arrepentirme de mi decisión. Empiezo a correr y salto hacia el vacío, arriesgando todo.
Mientras caigo, la gigantesca pared azul se va acercando lentamente. Cierro los ojos y dejo que la paciencia se adueñe de mí, relajando mi cuerpo y evitando pensar en lo que me sucederá. Poco a poco me voy girando en el aire para caer con los brazos extendidos y reducir al mínimo el daño en mi cuerpo, siempre que no alcance las rocas bajo la superficie y termine mi aventura. Y caigo al agua para hundirme en sus profundidades, desde donde abro los ojos para intentar ver algo. No alcanzo a ver el fondo y al girarme hacia arriba contemplo el turquesa del mar al ser traspasado por los rayos del sol. Nado hacia la superficie buscando aire y cuando al fin lo consigo me sorprendo al darme cuenta que el agua está tibia en contraste con la fría piedra de las cavernas. Me pongo a nadar dejando el acantilado a mis espaldas, con el Sol a mi izquierda y un largo camino por recorrer.
Pasan lo que parecen horas y el sólido muro de roca ya se ve minúsculo a mis espaldas. El Sol ha comenzado a acercarse al horizonte y tengo el cuerpo agarrotado del esfuerzo de nadar sin parar. Intento no pensar en nada, intento dejar mi mente en blanco, pero me cuesta bastante si tengo que recapacitar sobre las extrañas palabras que me pareció oír en aquella sala. Hago también esfuerzos por recordar cómo llegué a esta situación, pero en vano. Y perdido en mis pensamientos dejo mi cuerpo actuar por su cuenta, levantando un brazo tras otro para avanzar, dejando que el Sol descienda lentamente e internándome poco a poco en el infinito océano.
Está anocheciendo y mi cuerpo ya no responde. Apenas soy capaz de mantenerme a flote de puro agotamiento de tantas horas nadando. Intento recobrar el aliento mientras pienso en lo que hacer. Hace rato dejé atrás el muro de roca, por lo que no puedo regresar, y de haber podido de nada habría servido, ya que me habría sido imposible volver a escalar la lisa pared. Al menos me consuelo pensando que moriré antes de agotamiento que de frío, aunque no sirve de mucho. Me doy cuenta de que la marea me arrastra lentamente, de manera casi imperceptible y opto por dejarme llevar, conservando las pocas energías que me quedan. Muy pronto la oscuridad volverá a envolverme, como una fiel e inseparable amiga y quedaré completamente a merced del agua. No puedo hacer nada más que sentir impotencia ante la inmensidad de este lugar.
Medio adormecido y pensando en que estoy dentro de un sueño, un cegador brillo aparece frente a mí, aproximadamente a unos 200 metros. La corriente me acerca al punto, pero la impaciencia me manda a esforzarme para llegar más rápidamente. Conforme voy acortando la distancia voy distinguiendo pequeños detalles de lo que parece ser un relieve grabado en una esfera de luz, pero aun demasiado borroso para captarlo bien. El Sol ha desaparecido, y en su lugar una brillante Luna llena ilumina débilmente el ahora oscuro mar, vigilando como un enorme ojo abierto cada uno de mis movimientos. Al fin me sitúo bajo la luz, que resulta ser una bola de luz flotando a un par de metros sobre el agua. El relieve parece estar muy desgastado, como si fuese muy antiguo y hubiese estado expuesto demasiado tiempo a la intemperie, pero consigo ver la forma que tiene.
Sin saber qué hacer ahora ni la utilidad de lo que he encontrado, comienzan a aparecer crestas de espuma sobre la superficie del tranquilo océano. Asustado pensando en lo que podría ocurrir si es una tormenta lo que se acerca, la impotencia me embarga. Lo extraño es que la corriente parece haber cesado y que estoy justo debajo de la esfera. Si hubiese algún modo de agarrarla y la fuerza que la sostiene fuese bastante fuerte quizás podría resistir el oleaje, pero debo esperar a que las olas crezcan para acercarme más. Un ensordecedor rugido llena todo el aire y me giro desesperado buscando su origen, pero no consigo ver nada en esta noche despejada. De repente, siento mi cuerpo intentando hundirse y nado con todas mis fuerzas para mantenerme a flote. A punto ya de ceder y dejarme arrastras a las profundidades, todo queda en silencio y la extraña fuerza deja de intentar arrastrarme. Una melodiosa y musical voz envuelve todo, sustituyendo el inmenso rugido y mi mente tarda unos segundos en comprender las palabras que menciona.
"Tú, que te has sumergido en lo desconocido sin miedo a lo que pueda ocurrirte, que has comprobado la inmensidad del universo y que no eres más que una pequeña gota en él. Dime, ¿cómo piensas cambiar eso? ¿Por qué insistes para alcanzar tu objetivo a pesar de los problemas y obstáculos?"
Cautivado por la dulce voz, dejo que la respuesta surja de mi corazón, sin pensar en lo que digo, tan solo expresando lo que siento:
"No pretendo cambiar nada, tan solo encontrar lo que más anhelo, cuidarlo como mi mayor tesoro y no dejarlo ir nunca, protegiéndolo aun a coste de mi propia vida".
El silencio regresa, tan pesado que es palpable. El agua a mi alrededor se eleva en algunas zonas y se hunde en otras, tomando la forma de un gigantesco rostro que se eleva acercándome a la esfera brillante. Consigo rozarla y una descarga eléctrica recorre mi cuerpo. La cara se ríe con la furia de las olas y desaparece tal y como apareció, sin previo aviso.
La enorme mole acuática en la que estaba flotando se abre a mi alrededor, dejándome caer en un inmenso abismo. Intento agarrarme a algo, pero no hay nada cercano, ni siquiera la esfera luminosa, que se ha apagado y desaparecido en el aire. La caída me aproxima a la línea de flote del océano, el cual se abre como hizo la masa de agua que me elevó, abriendo un siniestro agujero, como una enorme boca que me engulle y me deja pasar por las toneladas del vital líquido...
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