Estoy sentado en el sillón, leyendo tranquilamente un libro, escuchando la lluvia caer y golpear el cristal de la ventana que hay frente a mí. El viendo aúlla en el exterior, arrancando gemidos al pasar entre las hojas de los árboles. El crepitar de las llamas de la chimenea destaca sobre los murmullos de fondo. Susurros extraños llegan desde todas partes, creando una extraña melodía en conjunto con los demás ruidos provocados por la furia de la naturaleza, pero es una agradable música que acompaña mi lectura.
De repente, un arrebato en mi interior me hace arrojar el libro que sostengo a un lado. Me levanto y me dirijo hacia la ventana, sin pensar, solamente dejándome llevar. Me paro a apenas unos centímetros del cristal, observando de cerca cómo el agua golpea y se escurre en perezosas gotas luego. La penumbra cubre todo como un manto suave, difuminando sombras tanto fuera como dentro de la habitación. Una lágrima solitaria escapa de mi ojo derecho, arrastrándose lentamente tal cual hace el agua sobre el cristal.
Abro la ventana y un golpe de viento consume las tenues llamas, dejando apenas luz con las brasas. El agua rápidamente entra a raudales, mojando todo a su paso. De un tirón rompo los botones de mi camisa, dejándola volar al ritmo del aire. Echo hacia atrás los brazos y la camisa sale volando junto a una ráfaga de aire. Siento el agua chocar contra mi cara, mi pecho, mis brazos... Son como finas agujas que rebotan contra mi cuerpo.
Un grito desgarrador brota de mi garganta, luchando contra la fuerza monstruosa de la tormenta. Mis lágrimas, ahora brotando sin cesar, se mezclan con el agua que se escurre por igual en mi cara. Mis manos se cierran, convirtiéndose en puños, dejando que las uñas se claven en las palmas y provocando que la sangre salga, goteando sobre el charco de agua que ya hay a mis pies y diluyéndose en él. Mi corazón se acelera y mi mandíbula se cierra, apretándose fuertemente.
Totalmente empapado, con el agua cayendo sobre mí y deslizándose sobre mi torso desnudo, caigo de rodillas. Alzo los brazos, cierro los ojos y vuelvo a gritar, tan fuerte que mi voz se quiebra y apenas queda en un ronco y gutural sonido. El agua cae dentro de mi boca, mientras los sollozos pelean por salir. Mis brazos caen como sin fuerzas y mi cabeza también, posándose sobre mi pecho. La lluvia ahora cae con menos fuerza, pero el viento sigue azotándome.
Poco a poco la tormenta cede y se desvanece. Quedo arrodillado sobre un charco mezcla de lágrimas, agua de lluvia y sangre. Pienso en lo que tengo y no puedo tener. Pienso en todos esos segundo a tu lado, escuchando tus risas y tu dulce voz. Pienso en cada una de las caricias que te regalé y en las que tengo para ti. Pienso en el suave aroma de tus labios la besarlos. Pienso en poder abrazarte cada instante, sin dejarte escapar de entre mis brazos... Pero la impotencia me embarga y la impaciencia gana terreno día a día. Cada minuto sin ti se me hace eterno y no puedo hacer más que esperar...
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