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miércoles, 11 de enero de 2012

Tierra, oscura frialdad

Oscuridad.

Abro los ojos y el negro domina el mundo. Busco desesperadamente alguna señal que me indique dónde me encuentro o al menos que me sirva para orientarme. La negrura absorbe todo a mi alrededor por completo, no pudiendo captar el mínimo destello de claridad siquiera.
Me levanto y avanzo un par de pasos hasta topar con un sólido muro de roca. Está frío, tanto que al poco tiempo tengo que apartar la mano porque las yemas de los dedos se me entumecen. Pego las manos a mi cuerpo para infundirles algo de calor y descubro que estoy desnudo y que apenas rompí el contacto con la pared dejé de sentir frío.
Tras varios minutos de indecisión comienzo a palpar con cuidado y apenas rozando la pared. Me muevo hacia la derecha, tanteando cada par de pasos para asegurarme que no me alejé del muro. Tras varios metros encuentro un hueco que rompe la uniformidad del lugar. Decido saltarlo y continuar explorando para hacerme una ligera idea de este infernal lugar, acabando de nuevo en lo que imagino que es el mismo túnel de salida.
En mi cabeza dibujo los esbozos de una sala semicircular con la salida situada en el extremo más alejado de la pared recta. No tengo más remedio que avanzar, ya que no existe otro camino.

Con los pies magullados tras perder la cuenta de las interminables horas transcurridas caminando sin parar, descartando desvíos y aun a oscuras, sin encontrar nada que varíe en estas desoladas cuevas, acabo entrando en otra sala como la primera. Dudando si he terminado donde comencé o si es otro lugar diferente vuelvo a recorrer el perímetro comparando las medidas con el esbozo de mapa que tengo grabado en la cabeza.
Según mis cálculos debería estar muy al norte, más bien muy en la dirección contraria a mi partida, y esta habitación tiene algo diferente que no acabo de captar. Me siento con la espalda apoyada en el muro, con la vista fija en la negrura, y frente al pasillo de entrada. Un agonizante suspiro escapa entre mis resecos labios, cuarteados por la sed, y dejo que mi hinchada lengua asome intentando humedecerlos. Mis ojos se cierran sin que pueda evitarlo y caigo en un letargo para nada tranquilizador.

Despierto inducido por un fuerte resplandor que me hace taparme los ojos. Me levando e intento ver el foco de tanta luz, aun entre el mundo de los sueños y lo que parece ser la realidad, pensando si no será una ilusión o un espejismo inducido por el fuerte deseo de salir de la oscuridad. Pasa demasiado tiempo como para empezar a esperanzarme de que es real y poco a poco mi vista se ha adaptado al resplandor.
Cuando consigo mirar directamente la fuente de la luz la sorpresa regresa a mí. La luz no proviene de ningún punto en especial sino de la propia pared. Estoy en una sala idéntica a la que me llevó a dormir de puro cansancio. Ahora consigo apreciar la diferencia entre ambas salas... La que encontré no tenía las paredes frías al tacto, desprendía calor. Al adaptarse mis ojos veo que realmente no es una luz muy intensa sino tenue y ya sin apenas influir en mí me veo encerrado, sin ningún túnel de entrada.
Comienza de nuevo la exploración por tacto, acompañado de una exhaustiva búsqueda ocular, de las lisas paredes. A primera vista no logro apreciar nada fuera de lugar, ni muescas ni grietas. Son mis manos las que encuentran una ligera irregularidad justo en el centro de la recta pared. Era imperceptible a los ojos y parecía ser una especie de dibujo. Seguí las líneas con el dedo índice, cerrando los ojos para apreciar mejor los trazos al completo. En mi mente iba dibujando lo que tocaba, dando forma a lo que no era capaz de ver.

Sin entender su significado me derrumbé en el centro de la sala. Extendí brazos y piernas y abrí los ojos contemplando el techo. Tras lo que parecieron un par de minutos comenzó a resonar un zumbido bajo mi cuerpo. Rápidamente me incorporé y me giré, quedando de rodillas con el centro del temblor a pocos centímetros de mí. De repente una potente y ronca voz retumbó en mis oídos, una voz con la fuerza de los años y la solidez de la roca, una voz tan imponente que tenía que agachar la cabeza en señal de respeto. Fueron pocas palabras, pero tan cargadas de significado que tardé un momento en comprenderlas e intentar responder:
"Tú, que buscas el sentido de tu existencia, vagando incansablemente por caminos insondables y tenebrosos. Dime por qué. Cuéntame el motivo de tu perdida mente que busca consuelo y comprensión."
Ante cada eco mi cuerpo se encoge, tembloroso y desarmado ante la sinceridad y el poder de la verdad de las palabras que escucho. Apenas en un susurro contesto dejando que mi mente ordene las letras para darles sentido:
"Necesito romper mi soledad, dejarla atrás para siempre y no volver a pensar en su existencia."
La voz cambia su tono y se transforma en una sonora carcajada que resquebraja la pared a mis espaldas. El estruendo al reventar la roca es tan fuerte que casi me ensordece por completo. En apenas un segundo el silencio abriga mis doloridos tímpanos y la tenue luz que desprende la roca se desvanece.

Me giro con temor, rodeado de luz solar. Mis ojos se abren para captar cada detalle de la inmensidad que ha sustituido el muro. Me levanto y avanzo hasta acercarme al vacío que ahora ocupa el lugar de la pared. Un gigantesco océano alcanza el infinito...

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